
El cielo sonó con furia en la sierra de Las Choapas y, en un momento, convirtió una tarde de ilusiones en una escena de duelo. Se tratan de Edilberto, un niño de apenas 11 años, había estrenado su mochila nueva, llena de cuadernos, lápices y colores con los que soñaba iniciar el sexto grado. Iba caminando de regreso a casa junto a su tío Martín, después de haber cumplido el pequeño gran sueño de comprar sus útiles escolares. Pero el sendero que recorrían quedó atravesado por un rayo que los fulminó sin darles oportunidad de volver a casa.
La tragedia se descubrió al amanecer. Campesinos que salían temprano al campo hallaron los cuerpos sobre la tierra húmeda, aún con el olor a tormenta. Edilberto yacía con la mochila intacta en la espalda, como si aguardara todavía el primer día de clases. La ropa, desgarrada por la descarga, contrastaba con el orden de sus lápices, sus cuadernos y su ilusión detenida en el tiempo. A un costado estaba su tío Martín, quien había sido su compañero en el último viaje, en la última caminata.
La noticia sacudió a la familia. Edilberto Quirasco, el padre del menor, apenas pudo hablar entre lágrimas: “Mi niño Edilberto era gemelo con su hermanito Patricio. Ya iba a entrar a sexto año y había ido a comprar unos útiles”. La imagen de los dos gemelos, inseparables hasta ese día, partió el corazón de quienes escucharon su relato. Uno de ellos seguirá creciendo, el otro quedó inmortalizado como un niño con sueños inconclusos y una mochila que jamás llegó a estrenar en el aula.
Los vecinos del ejido cuentan que el pequeño solía correr entre los cafetales, siempre curioso, siempre sonriente. Decía que quería ser maestro, “para enseñar a otros niños como él”. Sus palabras, inocentes y llenas de futuro, ahora resuenan como un eco doloroso en medio del silencio que dejó su ausencia. En la primaria del ejido, donde ya lo esperaban para el arranque de clases, habrá una silla vacía. Y junto a ella, un hueco imposible de llenar entre sus amigos y maestros.
La mochila que Edilberto eligió con tanto entusiasmo quedó como el último testimonio de su ilusión. Adentro, los cuadernos en blanco esperan las historias que ya no escribirá, los dibujos que ya no trazará, las letras que ya no aprenderá a perfeccionar. Esa mochila, intacta entre la tragedia, se ha convertido en símbolo de un regreso a clases que nunca llegó.
En la sierra, dicen que el cielo se llevó a dos almas juntas, tío y sobrino, como si la vida quisiera dejar un recordatorio de lo frágil que puede ser un sueño frente a la fuerza de la naturaleza. Para la familia Quirasco, la tormenta no terminó con la lluvia: sigue viva en el recuerdo de un niño que partió demasiado pronto, dejando en el aire la nostalgia de lo que pudo haber sido.