Por Ángela Saballos
Cada mañana, el canto de los pájaros me da alegría vital, mientras ver ondear mi bandera azul y blanco -desde hace veinte años a la entrada de mi casa- me brinda sentido de identidad. Soy nicaragüense.
Es la bandera que mi padre Manuel Saballos Cassar me enseñó a respetar desde niña. Entonces era costumbre que el gobierno en Nicaragua izara la bandera por las mañanas y la arriara por las tardes en ceremonia anunciada por un clarín. Al igual que quienes casualmente pasaban por ese sitio, mi papá detenía su carro, se bajaba y mano al pecho sacralizaba el momento patrio.
En septiembre, los estudiantes asistíamos a la Jura de la Bandera en la explanada de Tiscapa. Era nuestra adhesión al pendón, nunca al tirano de entonces. Tras múltiples sublevaciones para derrocar esa dinastía de cincuenta años, vivir una década de revolución en guerra, dieciséis años de tres distintos gobiernos, este régimen que rompió la Constitución para elegirse tres veces consecutivas en doce años ahora considera sediciosa nuestra bandera y aunque la entroniza en edificios públicos, apresa por blandirla, o cantar el himno. ¡Nuestros símbolos patrios son subversivos!
La perversión que fractura la estructura de nuestra sociedad ha propiciado una aproximación amorfa a nuestro yo, a nuestro nosotros como compatriotas, pues sin darnos cuenta nos convertimos en instrumentos manipulados por distintas sujeciones partidarias que solamente impulsan el bienestar de su dirigencia y sus lacayos y evitan el recambio generacional pensante.
Lo anterior había impedido la cohesión básica de nuestra sociedad, pues nos sentíamos incapaces de generar el pueblo que Nicaragua necesita para progresar y continuamos emigrando para encontrar oportunidades.
El levantamiento autoconvocado de abril es una campanada para recuperar la Patria, el orgullo de pertenecer a ella y elevar nuestra autoestima nacional. Los jóvenes que lo iniciaron rechazan las armas pues se trata de cambiar los hábitos belicistas de los políticos verticalistas y buscar avenidas de mayor inteligencia capaces de generar nicaragüenses aptos para recuperar años de retraso.
Volvimos a entonar el himno, a ondear la bandera y a ejercer las libertades ciudadanas en una clase de civismo que sumó diferentes generaciones entusiasmadas ante la oportunidad de volver a ser república, como dijera Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Se respiró otro aire que el régimen intentó detener y asesinó, secuestró, encarceló.
Hay terror en las calles. Son desalmados quienes deberían tener almas. Cada crimen está presente. No es impune. Pero ya somos otros: la gesta nos llenó del valor que exhiben las y los compatriotas que encarcelados insisten en ejercer la sagrada liturgia que me enseñara mi padre y valientemente ante los guardias y el hedor cantan el himno con reverencia patriótica.
*Primera periodista que trabajó en La Prensa. Autora de diez libros.
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